A paso lento by Igor De Amicis

A paso lento by Igor De Amicis

autor:Igor De Amicis
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2019-05-30T09:01:18+00:00


4

La cafetera se había vuelto a romper. Alguien había pegado el habitual y lacónico cartel: estropeada. Un folio reciclado, por supuesto, porque papel en la oficina había poco o nada.

El inspector Carmine Lopresti volvió a guardarse el cambio en el bolsillo, juró en dialecto apulio y echó a andar por los pasillos de la jefatura de policía.

Aquel lugar, encajonado entre via Medina y via Diaz, siempre le hacía sentirse un poco cohibido, incluso después de tanto tiempo. El enorme edificio, fruto de las dos décadas fascistas, tenía un aire severo e imponente y su gigantesca fachada de mármol blanco, hecha de líneas pulidas y a escuadra, destacaba como un diamante en el vientre de Nápoles.

El inspector estaba tratando de ignorar el feroz dolor de cabeza que le martilleaba las sienes, después de la noche de excesos y de haber dormido solo dos horas. Vio su reflejo en una de las puertas de cristal de la oficina y, a pesar de los signos evidentes de la resaca, no logró reprimir una sonrisa complacida. Treinta y nueve años espléndidamente llevados. Alto. Tez morena. Atlético. Bronceado. Un tremendo hijo de puta, con la mirada perennemente cabreada de las series de televisión.

Se quitó las gafas de sol con estudiada desenvoltura para deleite de las empleadas próximas a la jubilación. Sabía atraerse las miradas de las mujeres y la cosa no le disgustaba en absoluto; las ojeras, por lo demás, contribuían a su encanto de guapo misterioso. Sin embargo, jaqueca aparte, el inspector sabía también cuándo era el momento de no hacer el gilipollas y comportarse como un madero de verdad.

Saludó a un par de viejos conocidos y se dirigió deprisa hacia el despacho del director. Llegaba tarde. No mucho, pero tarde. El comisario jefe Taglieri era un tipo con mala hostia. Con él, tal vez, haría un poco la vista gorda, sabía que era su preferido; pero mejor no tirar demasiado de la cuerda.

Al llegar a la puerta del despacho llamó rápido y entró farfullando en voz baja una serie de excusas preparadas. La reunión había empezado ya y nadie le prestó demasiada atención, así que se plantó de pie junto a la puerta mirando a su alrededor.

En el despacho ya estaba media Brigada Móvil. A Annunziati y a Morganti los conocía, valientes y preparados, gente que venía de la calle, más de hechos que de palabras, sabían cuándo era momento de sonreír y cuándo de morder, habían trabajado juntos más de una vez y sabía que se podía fiar de ellos. A Disero y Cozzolino, por el contrario, no los conocía en persona, pero le habían hablado bien de ellos, hacían el trabajo de todos los días sin tocar los cojones, lo que ya era mucho. Luego estaba Corrieri, pero sobre este pobre hombre mejor era correr un tupido velo: grueso, descuidado, vago, a todas luces un rajado, un chupatintas cuya única pretensión era llegar cuanto antes a la jubilación; había hecho carrera lamiendo culos a diestro y siniestro, yendo de comisaría en comisaría.



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